DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
AL FINAL DE UN CONCIERTO OFRECIDO A SU SANTIDAD
POR LA FUNDACIÓN DOMENICO BARTOLUCCI
Sábado 24 de junio de 2006
Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado;
hermanos y hermanas en el Señor:
Al final de este concierto, sugestivo por el lugar en el que nos encontramos —la capilla Sixtina— y por la intensidad espiritual de las composiciones interpretadas, el corazón siente espontáneamente la necesidad de alabar, bendecir y dar gracias. Este sentimiento se dirige ante todo al Señor, suma belleza y armonía, que ha dado al hombre la capacidad de expresarse con el lenguaje de la música y del canto. "Ad Te levavi animam meam", acaba de decir el ofertorio de Giovanni Pierluigi da Palestrina, haciéndose eco del salmo (Sal 24, 1).
Verdaderamente nuestra alma se ha elevado a Dios, y por eso deseo manifestar mi agradecimiento al maestro Domenico Bartolucci y a su fundación, que ha promovido y realizado esta iniciativa.
Querido maestro, usted nos ha ofrecido a mí y a todos los presentes un don extraordinario, preparando el programa en el que ha conjugado sabiamente una selección de obras maestras del "Príncipe" de la música sacra polifónica con algunas de las obras compuestas por usted mismo. En particular, le doy las gracias por haber querido dirigir personalmente el concierto y por el motete Oremus pro Pontifice, que usted compuso inmediatamente después de mi elección a la Sede de Pedro. Le agradezco también las amables palabras que me ha dirigido, testimoniando su amor al arte de la música y su celo por el bien de la Iglesia. Asimismo, me congratulo vivamente con el coro de la Fundación, y extiendo mi agradecimiento a cuantos han colaborado de diferentes formas. Por último, dirijo un saludo cordial a todos los que con su presencia han honrado este encuentro.
Todas las piezas que hemos escuchado —y sobre todo su conjunto, donde se establece un paralelismo entre los siglos XVI y XX— contribuyen a confirmar la convicción de que la polifonía sacra, en particular la de la así llamada "escuela romana", constituye una herencia que se debe conservar con esmero, mantener viva y dar a conocer, no sólo en beneficio de los estudiosos y cultores, sino también de la comunidad eclesial en su conjunto, para la cual representa un inestimable patrimonio espiritual, artístico y cultural.
La fundación Bartolucci se dedica precisamente a conservar y difundir la tradición clásica y contemporánea de esta célebre escuela polifónica, que se ha distinguido siempre por su planteamiento centrado en el canto puro, sin acompañamiento de instrumentos. Una auténtica actualización de la música sacra sólo puede tener lugar en la línea de la gran tradición del pasado, del canto gregoriano y de la polifonía sacra. Por este motivo, en el campo musical, así como en los de las otras formas artísticas, la comunidad eclesial ha promovido y sostenido siempre a todos los que buscan nuevos caminos expresivos sin prescindir del pasado, de la historia del espíritu humano, que es también historia de su diálogo con Dios.
Usted, venerado maestro, siempre se ha esforzado por valorar el canto sacro, también como medio de evangelización. Mediante los innumerables conciertos dados en Italia y en el extranjero, con el lenguaje universal del arte, la Capilla musical pontificia dirigida por usted ha cooperado así a la misión misma de los Pontífices, que consiste en difundir por el mundo el mensaje cristiano. Y actualmente sigue realizando esta obra bajo la atenta dirección del maestro Giuseppe Liberto.
Queridos hermanos y hermanas, al concluir esta grata elevación musical, dirijamos la mirada a la Virgen María, situada a la derecha de Cristo nuestro Señor en el "Juicio" de Miguel Ángel; a su protección materna encomendamos de modo particular a todos los cultores del canto sacro, para que, animados siempre por una auténtica fe y un sincero amor a la Iglesia, den su valiosa aportación a la oración litúrgica y contribuyan eficazmente al anuncio del Evangelio. Al maestro Domenico Bartolucci, a los miembros de la Fundación y a todos vosotros, aquí presentes, imparto de corazón la bendición apostólica.